ORIGEN DEL NACIONALISMO VASCO Y CATALÁN (Parte iI)
BASES HISTÓRICAS
Los nacionalismos vasco y catalán se han construido sobre la secular y nunca superada desestructuración de España, tal y como explicábamos en la publicación “Origen del nacionalismo vasco y catalán (Parte I): España desestructurada”.
Pero ambos nacionalismos tienen una base histórica propia que es utilizada como argumento para justificar su deseo de autogobierno y su supuesto derecho a la independencia. Sin embargo, no todo lo que se argumenta desde la perspectiva histórica es siempre cierto y, por otra parte, se observan notables diferencias entre vascos y catalanes.
Comencemos, en primer lugar, por Cataluña.

Los condados catalanes hacia 1017. Más adelante y por conquista se sumarán otros territorios, como los marquesados de Lleida y Tortosa.
Wikimedia Commons, File:Territoris-1017.jpg – Wikimedia Commons
Cataluña fue, en sus inicios, un conjunto de condados que constituyeron desde finales del siglo VIII la zona oriental de la llamada Marca Hispánica, un territorio dependiente del Imperio de Carlomagno que servía al reino de los Francos de barrera protectora ante el agresivo Emirato de Córdoba. Estos condados fueron ganando independencia y relacionándose por vínculos feudales, remarcándose como líder indiscutible el condado de Barcelona. Utilizaban su lengua y se regían por sus propias leyes o, como ellos los denominaban, sus usatges.
Un acontecimiento transcendental fue la inclusión de los condados catalanes en la Corona de Aragón en 1137, tras la boda del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, con Petronila, hija de Ramiro II. Se utilizó la fórmula de «Matrimonio en Casa» por la que Ramón quedaba incluido en la casa de Aragón, pero nunca como futuro rey, sino como «príncipe y dominador de Aragón», subordinado al rey Ramiro como «jefe de la Casa» y, sobre todo, con el objetivo de concebir con su esposa un hijo que ocuparía el trono. Este hijo fue Alfonso II, rey de Aragón y conde de Barcelona. Sobra decir que Cataluña mantuvo sus leyes, gobierno y administración propia, pero dentro de la Corona de Aragón y en el contexto del concepto patrimonial del estado entonces imperante, tal y como explicábamos en la parte I de Origen del nacionalismo vasco y catalán.
El primer conflicto grave de los condados catalanes con la Corona se produjo en el siglo XV durante el reinado de Juan II de Aragón, casado con una aristócrata de la familia reinante en Castilla, Juana Enríquez[i]. El enfrentamiento supuso el primer intento de secesión de Cataluña y fue de una gran complejidad al encontrarse en su origen factores económicos, sociales y políticos. Puede fecharse entre 1458 y 1472.

o ganchos de siega, en un página del calendario para agosto.
Salterio de la Reina María
Todo se inició cuando Juan II y su decidida, ambiciosa y valiente esposa defendieron a los campesinos o payeses frente a la burguesía, la Iglesia y la aristocracia catalana en el conflicto de los remensas. Los remensas eran así conocidos por ser este el término que concretaba el dinero que debían pagar los campesinos a sus amos para poder abandonar las tierras que trabajaban. Los payeses exigían la abolición de la remensa y de otros malos usatges o malos usos, normas abusivas que les mantenían en una servidumbre feudal[ii].
Pero además y para agravar la situación, en el ámbito urbano de Barcelona, Juan II y su esposa Juana Enríquez, nombrada excepcionalmente Lugarteniente de Cataluña, defendieron a los artesanos gremiales frente a la rica élite comercial de la ciudad, en un conflicto que se denominó la Busca (astilla) y la Viga (soporte o columna). Los buscaires eran los menos importantes socialmente, y se enfrentaron a la viga, a los que controlaban la producción, el comercio y las instituciones de la ciudad.
Y, para terminar de empeorar las cosas, los barceloneses se pusieron del lado del príncipe de Viana, hijo del primer matrimonio de Juan II, en contra del hijo que éste tuvo con Juana Enríquez, el futuro Fernando «el Católico» que en aquellos momentos era solo un niño. El príncipe de Viana se convirtió en un líder reverenciado en la ciudad, hasta el punto de que tras su temprano fallecimiento hubo propuestas de canonizarle como santo de la Iglesia. Incluso se acusó a Juana Enríquez, sin pruebas, de haberlo envenenado, tal como algunos aseveraban tras afirmar haber visto el fantasma del de Viana vagando por las calles y clamando venganza contra la odiada castellana.
Tal cúmulo de coincidencias culminó con la Guerra Civil Catalana (1462 – 1472) en la que los catalanes, especialmente las clases altas y más poderosas, se declararon independientes de Aragón y ofrecieron Cataluña sucesivamente al rey de Castilla, que lo rechazó, al condestable Pedro de Portugal, que falleció y, por último, al francés Renato de Anjou.
Los catalanes fueron derrotados y volvieron a formar parte de la Corona de Aragón. Debemos recalcar que, a pesar de ser un intento de secesión, no podemos considerarlo un movimiento nacionalista y soberanista, sino una reacción violenta ante el desacuerdo de las élites con su rey y su intento de dejar de pertenecer a una Corona para pasar a depender de otra.
El segundo gran choque llegó entre 1640 y 1652, e implicó otra declaración de independencia, pero esta vez bajo la protección de Francia. En esta ocasión y reinando Felipe IV, el problema se originó con motivo de la invasión de territorio de Cataluña por tropas francesas, en el contexto de la Guerra de los Treinta años.
El valido de Felipe IV, Conde Duque de Olivares, pidió colaboración a Cataluña para defender la frontera, pero no obtuvo una respuesta satisfactoria, por lo que decidió enviar a soldados del reino de Castilla, los conocidos Tercios. Olivares se quejaba amargamente de la poca colaboración catalana[iii]:
Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella… Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben, ni exponer su gente a los peligros. El rey ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, proveer armas y municiones, presidiar lugares, y hacer fortificaciones, y a este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle, no le ha de alojar la provincia… Que se ha de mirar si la «constitución» y el «usaje» dijo esto o aquello…, cuando de lo que se trata es de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia (…).
Los soldados castellanos actuaron como en territorio conquistado y sin miramientos para proveerse y, sin duda, abusaron también de su fuerza, enojando sobremanera a los campesinos que siempre eran los más perjudicados en los conflictos bélicos. Estos campesinos, concretamente un buen número de segadores provistos de cortantes hoces, se dirigieron bastante irritados a Barcelona con ocasión de la procesión del Corpus del 7 de junio de 1640 y, una vez allí, eludieron sus deberes religiosos para dedicarse a degollar con sus afilados instrumentos al virrey y a todos sus acompañantes. El sangriento acontecimiento sigue siendo recordado, nada menos que en el himno oficial de Cataluña, Los Segadores–Els segadors:

Un himno que al igual que otros, como por ejemplo la Marsellesa, se basa en un hecho sangriento y llama a la violencia. En Els Segadors son muy preocupantes, de cara al futuro, esos versos que dicen «Ahora es hora segadores de estar alerta para cuando venga otro junio». ¿Es que los que lo cantan estarían dispuestos a hacer lo mismo si llegara el caso?
Da mucho que pensar…
La Guerra de los Treinta años finalizó con la derrota de Felipe IV, pero con la vuelta de Cataluña a la obediencia a este monarca y a seguir formando parte del extenso patrimonio del rey. Los catalanes tuvieron que transigir tras comprobar en propia carne que los franceses estaban dispuestos a tratarles bastante peor que los castellanos, lo que generó una notable francofobia.
Aquí no acabaron los enfrentamientos con Castilla. En 1700 falleció sin hijos el pobre Carlos II, y digo «pobre» porque realmente es un personaje que da lástima, dejando el trono a un Borbón, un francés, y negándoselo a los Austrias. Explotó así la Guerra de Sucesión, entre el Borbón Felipe de Anjou (Felipe V) y Carlos archiduque de Austria. Una guerra que se prolongará hasta la rendición de Barcelona en 1714.
Gran parte de la Corona de Aragón, incluyendo los reinos de Baleares y Valencia, así como Cataluña, se pusieron del lado del archiduque Carlos de Austria, que contaba, entre otros, con el apoyo de Inglaterra, Holanda y el imperio Austriaco. A Felipe de Anjou le respaldaba su poderoso abuelo, Luis XIV de Francia y toda la Corona de Castilla.
En realidad, en este enfrentamiento no encontramos movimientos separatistas o independentistas, sino el mero apoyo a uno u otro pretendiente para ocupar el trono y la titularidad de todos los reinos y señoríos que dejaba el fallecido Carlos II, incluido el título de conde de Barcelona. Los catalanes se decantaron por el archiduque Carlos movidos por varios motivos:
- La francofobia tras la Guerra de los Treinta años, antes mencionada.
- El miedo a perder sus usatges por la influencia de Luis XIV sobre su nieto (no olvidemos el extremado centralismo del rey francés).
- La esperanza de que el austríaco les diese entrada en el comercio americano, acabando con el monopolio castellano.
- El temor a la fuerte competencia de los productos textiles franceses y, además, enfrentarse a ingleses y holandeses les privaba de unos buenos clientes.
De esta guerra debemos reseñar su último capítulo por estar plenamente protagonizado por los barceloneses. Tras la renuncia del archiduque Carlos al ser elegido emperador de Austria por el repentino fallecimiento de su hermano, se firmaron los Tratados de paz de Utrecht (1713 – 1715) y Felipe de Anjou se convirtió en Felipe V, conservando todos los territorios de la Corona al sur de los Pirineos, incluida Cataluña.
Esta circunstancia no fue aceptada por los catalanes que siguieron enfrentados, en clara minoría, al rey Borbón. Pidieron ayuda a Inglaterra, Holanda y Austria, pero no tuvieron respuesta alguna. Se quedaron, literalmente, solos. Su debilidad era tan manifiesta que en 1713 tan solo quedaba como último reducto de la rebelión la ciudad de Barcelona, asediada por cuarenta mil soldados de los que apenas ocho mil eran españoles y el resto franceses.
El asedio se prolongó durante un año, finalizando el 11 de septiembre de 1714 y facilitando la creación de un mito por parte de los nacionalistas catalanes, el mito de la Diada. Hoy se utiliza esta fecha y a quien en aquel momento era el conseller en cap de la Generalitat, Rafael Casanova, como piedra clave, como símbolo del deseo de independencia de Cataluña. Y nada más lejos de la realidad y de lo que entonces aconteció.

Jacques Rigaud (1680–1754)
Institut Cartogràfic de Catalunya
Los barceloneses que allí lucharon y derramaron su sangre no lo hicieron por la independencia de Cataluña, sino por mantener la secular integración de Cataluña en la Corona de los Austrias, rechazando al Borbón. Lucharon por mantener el concepto patrimonial del estado y seguir integrados, como hasta entonces habían estado, en lo que se conocía como el Imperio hispánico o, simplemente, España, pero con un rey austríaco. Nada mejor para demostrarlo que recordar las palabras del propio Rafael Casanova en la última, y desesperada, llamada a la lucha y a la resistencia a sus conciudadanos. En este bando encontramos frases como estas[iv]:
(…) atendiendo que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está expuesta al último extremo, de someterse a una entera esclavitud. Notifican, y exhortan, representando a Padres de la Patria que se afligen de la desgracia irreparable que amenaza el favor e injusto encono de las armas franco-españolas, hecha una seria reflexión del estado en que los enemigos del Rey Nuestro Señor (se refiere al archiduque Carlos) (…) , quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España, (…).
Leyendo estas alusiones a España y al rey, no puede cabernos duda de la verdadera motivación de los barceloneses y, especialmente, de Rafael Casanova. Un Rafael Casanova que, por cierto, no fue maltratado, sino que sufrió un breve exilio y terminó sus días viviendo y trabajando con absoluta normalidad en Sant Boi de Llobregat, a apenas 15 kms de Barcelona, tras ser amnistiado en 1719.
La Diada no debe conmemorar el independentismo de Cataluña, porque ese no fue el objetivo de los que protagonizaron aquellos hechos. Sin embargo, no podemos negar que aquel 11 de septiembre de 1714 se produjo un acontecimiento transcendental, tal y como afirma Francisco Canalls: el nacimiento del nacionalismo catalán[v].
Canalls entiende que, tras la derrota, la decepción provocó que se rompiera definitivamente el vínculo de Cataluña con los conceptos tradicionales medievales de pertenencia al patrimonio de un linaje, y se creara un concepto de pertenencia a una nación, a un territorio, a un grupo humano ligado por la historia y la tradición y, sobre todo a un territorio, a «la Tierra», una tierra de la que solo sus habitantes son soberanos.
Por ello, Canalls afirma que los actuales nacionalistas deben honrar a los héroes de 1714, pero no imitarles, porque estos lo que pretendían era la pervivencia del viejo sistema bajo la autoridad de un rey. No eran independentistas, pero con su esfuerzo pusieron la primera piedra del nacionalismo catalán.
A partir de aquí, el nacionalismo fue arraigando y se vio impulsado por una burguesía que nunca olvidó la pérdida de sus usatges y la humillación de verse sometida a las leyes de Castilla. Una burguesía enriquecida por su brillante actividad económica y comercial y por la repatriación de bienes y de capitales desde Cuba tras el Desastre del 98. Una burguesía que no deseaba mantenerse unida a una España decadente y pobre.

catalana dedicado a Wifredo el Velloso
La ola nacionalista a nivel mundial que afectó enormemente a Europa (Italia, Alemania, Grecia…) también llegó a Cataluña y se concretó, inicialmente en un movimiento cultural, la Renaixenxa, con figuras como Pi y Margall, Almirall, Guimerá o el obispo Torrás. E incluía también a mujeres como Caterina Albert, Antonia Bardolet, Dolors Monserdà y María Antònia Salvà.

Presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República
Pero de la cultura se saltó a la política y entre 1885 y 1914 se sucedieron tres reivindicaciones de gran calado:
En 1885, un destacado grupo de políticos e intelectuales catalanes dirigieron a Alfonso XII un Memorial de Greuges o Memorial de agravios, en el que reivindicaban el uso oficial de la lengua catalana, una mayor libertad económica y comercial y el mantenimiento del Derecho Civil catalán.
En 1892, Lluís Domènech i Montaner y Enric Prat de la Riba presidieron una gran reunión nacionalista en la que se aprobó una propuesta de Constitución Catalana de enorme calado y muy ambiciosa, una propuesta que se conoce como Las Bases de Manresa[vi]. Su ambición era tan alta que incluía medidas como que Cataluña asumía plenamente los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, dejando solamente a España la defensa del territorio, la gestión y financiación de las obras públicas, aduanas y relaciones internacionales. Por otra parte, se implantaba el catalán como única lengua, incluso imponiéndolo en las relaciones con el estado; asumían todo el gobierno interior; el establecimiento y cobro de impuestos; la acuñación de moneda propia; la división territorial basada en comarcas tradicionales, y la exclusión de los no catalanes de cualquier puesto en la administración, incluidos los que el estado pudiera conservar allí. Los gastos del Estado se financiarían con las rentas de las aduanas.
Era una propuesta claramente federalista, en la que Cataluña prácticamente se independizaba administrativamente de España. Finalmente fue rechazada, pero suponía un salto cualitativo y cuantitativo respecto a todo lo anterior y dejaba claras las intenciones del nacionalismo catalán.
En 1913, gracias a presidentes de Gobierno como Canalejas y Dato, se aprobó la Ley de Mancomunidades, una ley descentralizadora y precursora de las actuales comunidades autónomas. Solo Cataluña aprovechó esta oportunidad, permitiendo su organización como entidad administrativa con cierta independencia en 1914. Su iniciativa más importante fue dirigida por Francisco Cambó en 1918, quien elevó al Gobierno de Madrid una propuesta para alcanzar un mayor autogobierno que fue conocido como Bases per L´Autonomía de Catalunya. Fue rechazada por el Congreso de los Diputados. La Mancomunidad de Cataluña sobrevivió hasta el golpe de estado del general Primo de Rivera en 1923.
La actividad nacionalista catalana se reactivó en 1931, con ocasión de la proclamación de la II República Española. El mismo día que en Madrid masas eufóricas de republicanos forzaban el exilio del rey Alfonso XIII, Francesc Macià proclamaba la República Catalana dentro de una hipotética Confederación de pueblos ibéricos[vii]. El Gobierno de Madrid envió apresuradamente a tres ministros para calmar los ánimos y proponer un Estatuto de autonomía, lo que Macià aceptó a regañadientes.
Aquí no terminaron las tensiones. Fallecido Macià, fue sustituido por Lluís Companys que chocó con el Gobierno conservador de Madrid desde 1933. El 6 de octubre de 1934, con motivo de los graves hechos que se desarrollaron en España por la Revolución de Asturias o Revolución de octubre, Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal española, e incluso invitó al Gobierno de Madrid a trasladarse a Barcelona[viii]. Acabó en la cárcel con todos sus consejeros, pero fue puesto en libertad en 1936 tras el triunfo del Frente Popular.
Después vino la Guerra Civil y, con la derrota, la creación de la Asamblea de Cataluña en el exilio. En 1977, tras el fallecimiento de Franco y el inicio de la Transición, regresó a España Josep Tarradellas como presidente de la Generalitat y pronunció una breve frase que se hizo célebre: «Ja sóc aquí». El Gobierno de España entre 1980 y 2015 se vio apoyado por Convergència i Unió (CiU), liderado por Jordi Pujol, pero en 2015 problemas de corrupción y crisis económica provocaron la radicalización y desaparición de esta fuerza política, apareciendo Junts per Catalunya. Este partido, en cooperación con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y otras fuerzas independentistas, ha radicalizado la posición nacionalista y provocado en 2017 una declaración de independencia unilateral, algo insólito desde 1640, tensando enormemente la situación que, no obstante, en 2025 se encuentra en un impasse, aprovechado por los nacionalistas para exigir privilegios y prebendas a cambio de apoyar con sus votos en el Congreso al Gobierno de Pedro Sánchez.
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En cuanto al País Vasco o, como siempre se le conoció, las tres provincias vascongadas, debemos comenzar asegurando que no necesitaremos tantas páginas como con Cataluña para explicar la evolución histórica de su nacionalismo.
La romanización de estos tres territorios fue difícil en su parte norte, la más agreste, pero se encuentran restos de época romana especialmente en la costa. Durante la monarquía visigótica los vascones no se llegaron a integrar, resistiéndose a los intentos de cristianización y dominio que se realizaron desde el trono de Toledo. Sin embargo, tras la invasión musulmana se inició en aquellas tierras una entrada pacífica de refugiados hispano-godos que huían hacia el norte, así como el contacto con el reino de Asturias, lo que facilitó sus relaciones con éste y que los vascones salieran de su aislamiento, primero en Vizcaya y más tarde en Guipúzcoa[ix].
Entre el último cuarto del siglo VIII y principios del IX quedaron integrados por los Francos en la Marca Hispánica, tal y como sucedió con Cataluña. Esta integración no estuvo exenta de disidencia, como la oscura participación de vascones en la sangrienta derrota del ejército de Carlomagno en Roncesvalles hacia el año 778.
Los vascones siempre fueron difíciles de asimilar desde el exterior, pero nunca constituyeron una entidad política unificada, por lo que en el siglo X ya aparecían como territorios integrados en el reino de Pamplona (Navarra), junto a los entonces condados de Castilla, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Sin embargo, los mitos han existido, existen y a veces son manipulados para mayor gloria y justificación del nacionalismo. Mitos que fueron utilizados por personajes como Sabino Arana. Entre estos podemos destacar la batalla de Padura o de Arrigorriaga, que podría traducirse como «pedregal rojo», en la que supuestamente los vizcaínos reafirmaron su independencia derrotando a un ejército leonés en el año 880. Pero lo cierto es que la existencia de este enfrentamiento no está demostrada. Mucho más increíble es el mito de Aitor, el «Noé» de los vascos, su primer patriarca y creador de la estirpe vasca.
Sabino Arana llega en su febril imaginación a dar la vuelta a la Historia, afirmando que fue Vizcaya la que dominó a Navarra y que en 1379 el señor de Vizcaya heredó Castilla, una tergiversación absurda porque en esa fecha heredó el trono Juan I de Trastámara no por ser señor de Vizcaya, sino como legítimo heredero de todo patrimonio de su familia, incluidas las provincias vascongadas. En esa fecha, en realidad lo que ocurrió es que Vizcaya se convirtió en señorío de realengo, al convertirse en titular del mismo el propio rey Juan I por herencia materna[x].

Evolución del reino de Pamplona/Navarra durante la Reconquista
Atlas histórico de William R. Shepherd, edición 1911
En los siglos X y XI Vizcaya estuvo vinculada alternativamente a Navarra, Castilla e incluso a Aragón, y no es hasta finales del siglo XI cuando se convierte definitivamente en un señorío feudatario de Castilla con la familia López de Haro. Las relaciones como vasallos de los orgullosos López de Haro con el rey de Castilla no siempre fueron buenas. Una muestra es la muerte violenta del Sr. De Vizcaya, Lope Díaz III de Haro, cuando intentó asesinar a Sancho IV tras una discusión y que éste ordenase su detención (Alfaro, 1288). El episodio se relata con una crudeza extraordinaria en la crónica de este rey[xi]:
Se levantó el conde mucho asina e dijo: «¿Presos? ¿Cómo? ¡A la merda! ¡Oh, los míos!» e metió mano a un cuchillo e dejóse ir para la puerta donde estaba el Rey el cuchillo sacado e la mano alta … ballesteros e caballeros, veyendo que el Conde iva contra el Rey, firieron al Conde, e diéronle con una espada en la mano, e cortáronsela, e cayó luego la mano en tierra con el cuchillo; e luego diéronle con una maza en la cabeza, que cayó en tierra muerto.
Siempre los vizcaínos tuvieron el privilegio de hidalguía universal (tienen la categoría de hidalgos por derecho de nacimiento) y se gobiernan por las Juntas Generales de Guernica.
Guipúzcoa, por otra parte, siempre ha sido un señorío o tenencia feudal con orígenes más inciertos que los de Vizcaya. Aparece por primera vez en un documento fechado en 1025 sobre la donación de un monasterio y no cabe duda que formó parte del reino de Pamplona con Sancho III el Mayor (1004 – 1035), siendo titular del señorío García Aznárez. En 1076 se dividió entre Navarra y Castilla, pero en 1200 el rey Alfonso VIII conquisto toda Guipúzcoa para Castilla, pasando a control directo de los señores de Vizcaya.
En cuanto a Álava, la zona más meridional del País Vasco, estuvo bajo la órbita del reino Astur-Leonés y adquirió la categoría de condado en el año 866. Sufrió, como zona fronteriza, numerosas razias musulmanas, convirtiéndose en un territorio belicoso y guerrero. A partir del siglo X el condado de Álava pasó a ser vasallo del conde de Castilla. Más tarde, cuando Castilla se convierte en reino, formará parte de su Corona, salvo unos pocos años en el siglo XII en los que perteneció a Navarra. Como nota de relevancia, en Álava pervivió el señorío de Arriaga (40% de la actual provincia) con sus propios fueros. En 1332 se convirtió en territorio de realengo (propiedad directa del rey) al pactar Alfonso XI con la Cofradía de Arriaga el mantenimiento de dichos fueros que hoy persisten en parte.
Como vemos, la trayectoria nacionalista del País Vasco es casi inexistente hasta el siglo XIX, al estar integrados estos territorios en Navarra y Castilla. Sin embargo, en 1833 se produjo un acontecimiento que comenzará a cambiar las cosas. Las tres guerras Carlistas, entre 1833 y 1876, produjeron un cisma con el resto de España.
Navarra, y las tres provincias vascongadas, junto a otros territorios, se pusieron del lado del aspirante al trono Carlos María Isidro y su línea sucesoria frente a Isabel II. No se trataba de un movimiento separatista, sino simplemente del apoyo a un pretendiente enfrentado a la monarca legalmente elegida, pero marcó un hito importante tras ser derrotados repetidamente y decretarse, como castigo, la abolición parcial de sus fueros.
Navarra pactó una limitación de sus fueros en 1841, quedando satisfechos y perpetuando estos acuerdos hasta la actualidad. En cuanto a las provincias vascas, sufrieron la desaparición de sus fueros en 1876, pero recuperaron algunas prerrogativas tras negociar en 1878 con el Estado. Estas prerrogativas consisten en mantener las tres diputaciones forales y las Juntas Generales y respetan un concierto económico que se mantienen hoy en día y es conocido como el Cupo vasco.
Sin embargo, la supresión de gran parte de sus fueros no fue bien digerida por los vascos. El diputado Martín de Zabala lo dejó claro en el Congreso de los Diputados en la sesión del 18 de julio de 1876[xii]:
Vais a acabar con las libertades de mi país; en vuestras manos van a morir las instituciones sabiamente democráticas de aquel pueblo, que no lograron matar las manos de los déspotas en los siglos de su dominación; vais a arrojar a aquel país a un abismo de infortunios y de desgracias; pues bien: que Dios os perdone y que nuestros hijos no os maldigan por el tristísimo papel que para este momento histórico nos tenéis reservado a los liberales vascongados.
«Que nuestros hijos no os maldigan…» unas palabras que no pueden dejar de recordarnos a las 861 personas asesinadas por la banda terrorista ETA a lo largo de más de cuarenta años.
No obstante, lo cierto es que la desaparición de los Fueros afectó mucho más al mundo rural y tradicional que a la satisfecha burguesía de las ciudades vascas. Esta burguesía se vio protegida por la administración de Madrid y fue protagonista de una notable prosperidad económica. Una prosperidad que requería grandes masas de mano de obra que comenzaron a llegar desde el resto de España, masas urbanas que no compartían las arraigadas tradiciones vascas, que militaban en partidos socialistas y ateos, que provenían de un país de liberales en el que incluso se llegaba a la desvergüenza de bailar agarrados. Demasiado para el vetusto tradicionalismo vasco.

Abando, Bilbao, 26/01/1865 - Pedernales, 25/11/1903
Esto último, lo de «bailar agarrados» lo afirmaba Sabino Arana, el gran gurú del nacionalismo independentista vasco, que llegó a tildar a los españoles, a los que despectivamente llamaba maketos, de «raza de degenerados, afeminados, débiles, sucios, torpes, flojos, indolentes, perezosos, serviles, estúpidos, impíos (…)», frente a la privilegiada raza vizcaína de hombres nobles, altivos y generosos. Arana llama parásitos a los españoles, a los que hay que expulsar a pedradas de los pueblos, y los define como «el indígena de la Rioja, Burgos etc. de labios gruesos, nariz achatada, ojos hundidos y color tierra…»[xiii] lo que nos recuerda a una descripción exagerada de individuos de raza negra.
Y llega, en su odio, a afirmaciones como «El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero)». O esta otra: «El aseo del bizkaino es proverbial (…) el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año».
Sabino Arana construyó un nacionalismo racista, integrista católico, agresivo y excluyente que se resumía en tres palabras: Jaungoikoa eta legizarra –JEL- (Dios y Ley vieja), pero no dio demasiada importancia a la lengua, por el escaso conocimiento que tenía del euskera gran parte de la población, e incluso él mismo. Con su hermano Luis fundó en 1895 un partido, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) e incluso inventaron una bandera, la ikurriña.
Sabino Arana propagó el odio y sus ideas extremistas le llevaron a la cárcel en varias ocasiones. Se ganó apelativos nada cariñosos por parte de escritores de la talla de Unamuno, que tachó a sus ideas de «grotesca y miserable ocurrencia de un menor de edad mental». O de Baroja, que dijo de él que era «el doctrinario más tonto de España». Pero no por ello ha dejado de tener muchos admiradores en el País Vasco, e incluso una estatua en unos céntricos jardines de Bilbao en la que se le sigue homenajeando.
Por otra parte, Sabino era un misógino convencido, como muestran las cartas que enviaba a su esposa Nicolasa (él la llamaba Nikole) con quien contrajo matrimonio tras comprobar que ostentaba una larga lista de apellidos vascos, todos excepto uno, Allende, pero no tuvo problema porque ordenó borrarlo en el registro. En estas cartas decía cosas como[xiv]:
«Toda tu felicidad en este mundo, Nikole (Nicolasa) de mi corazón, consistirá en estas dos cosas: en cumplir tus deberes y en ser mía».
«Si el hombre no la amara (a la mujer) sería sólo bestia de carga… ¿Por qué me dices que te trato como una esclava?»
«La mujer es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana. (…) Es inferior al hombre en cabeza y en corazón».
El PNV adquirió un relativo éxito en el mundo rural, la pequeña burguesía y parte del clero, pero inicialmente fue desdeñado por la alta burguesía y los grandes empresarios. Estos no veían mal una mayor independencia económica y administrativa, pero rechazaban la agresividad de Sabino Arana y sus ideas independentistas.
Esta resistencia de la alta burguesía, a la que necesitaba Sabino Arana para seguir con su proyecto, le llevó a suavizar su discurso y moderar su mensaje. Así pervivió un PNV que ha llegado hasta nuestros días y se ha hecho habitualmente fundamental para construir mayorías parlamentarias, lo que ha otorgado a los vascos no pocos beneficios por parte de gobiernos de uno u otro color.
Durante la Segunda República se aprobó un estatuto de autonomía en el año 1933, tras rechazar el Parlamento un borrador anterior o Estatuto de Estella demasiado ambicioso e inconstitucional. En 1932 los ayuntamientos navarros rechazaron unirse a la gran Euskadi que hoy se sigue proponiendo por los independentistas, constituida por Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, con Navarra y las tres provincias vascas del sur de Francia.
Al estallar la Guerra Civil en 1936 Navarra y Álava se pusieron del lado de los sublevados y Vizcaya y Guipúzcoa con la República. Tras la caída de Bilbao se constituyó un Gobierno en el exilio que perduró hasta 1979, cuando el lehendakari José María de Leizaola volvió al País Vasco y traspasó sus poderes a Carlos Garaicoetxea.
El último intento importante de alcanzar un autogobierno cercano a la independencia ocurrió en 2002, con el llamado Plan Ibarretxe.
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Esta es, contada con brevedad, la trayectoria histórica de dos nacionalismos que poco se parecen. El catalán, con una larga historia de desencuentros, algunos de ellos bastante profundos. El vasco, mucho más joven pero también más violento al estar marcado por una organización terrorista, ETA, y un fuerte apoyo social que hasta hace muy poco hizo temblar las estructuras de nuestra democracia. Pero ambos activos actualmente.
Solo nos queda llegar a algunas conclusiones para cerrar esta larga publicación, lo que haremos en la tercera y última parte, «Origen del nacionalismo vasco y catalán (Parte III). Conclusiones y futuro.»
Esta publicación es la segunda parte de la charla debate que tuvo lugar el 18 de enero de 2025, en la Libreria HG de Collado Mediano, Madrid, que dirige Herminio Gas, a quien de nuevo agradecemos su colaboración y su labor por la cultura.

Luis Orgaz Fernández
REFERENCIAS
[iv] Bruguera, Mateo. Historia del memorable sitio y bloqueo de Barcelona y heroica defensa de Los Fueros y Privilegios de Cataluña. Ed. Establecimiento tipográfico editorial de Luis Fiol y Gros. Barcelona, 1872. Tomo segundo. Págs. 276-277. Puede encontrarse en Google Books. https://books.google.cat/books?id=vGwqAAAAYAAJ&pg=PA240&hl=es&source=gbs_toc_r&cad=2#v=onepage&q&f=false
[viii] López Rodó, Laureano. El nacionalismo catalán. Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado. Biblioteca Jurídica. Colección Anales de la Real Academia de Ciencias Políticas. Anuarios de Derecho, 1999. https://www.boe.es/biblioteca_juridica/anuarios_derecho/abrir_pdf.php?id=ANU-M-1999-10034700370
[xiii] Arana Goiri, Sabino. Bizkaitarra: orri egazegikorra. 20 de enero de 1895. Biblioteca Foral de Bizkaia. Lau Haizeetara Biblioteca Digital. https://www.euskalmemoriadigitala.eus/handle/10357/2829. Recomendamos visitar los siguientes números de este periódico: 31 de octubre de 1894; 29 de enero de 1894; 20 de enero de 1895; 30 de junio de 1895 y 17 de febrero de 1895.
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