PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Una multitud entusiasmada y eufórica de hombres y mujeres se dirige hacia el Palacio de Comunicaciones
de Madrid por la calle de Alcalá en la confluencia con Gran Vía. Es el 14 de abril de 1931.
En la imagen inferior apreciamos el mismo lugar actualmente, con el popular edificio Metrópolis
La proclamación de la Segunda República se produjo, súbitamente, el 14 de abril de 1931. Ese día, el periodista Josep Plá, empleado por el diario La Veu de Catalunya, se encontraba en Madrid como cronista parlamentario. Estaba muy atento a las elecciones municipales que habían llevado a las urnas a los españoles dos días antes, tras la dictadura del General Primo de Rivera.
El rey Alfonso XIII y su primer ministro, el almirante Juan Bautista Aznar, no creyeron oportuno convocar unas elecciones generales dada la situación de agitación que se vivía en las calles al flotar en el ambiente el fantasma de la República. Y prefirieron probar primero con unas municipales.
Estas elecciones locales que, en principio, consideraron menos transcendentales que unas generales, debían designar a 80.000 concejales en toda España pero, sobre todo, estaban pensadas para evaluar hasta qué punto el republicanismo era la forma de gobierno preferida por los españoles y, por ende, el rechazo a la monarquía. Se enfrentaban en las urnas dos opciones contrapuestas representadas por dos fuerzas mayoritarias, la Coalición Monárquica la Conjunción Republicano Socialista.
Josep Plá se encontraba en su hotel cuando escuchó una inusitada agitación en las calles, era poco después del mediodía. Se encontraba siguiendo el recuento electoral que, tras dos días transcurridos, apenas llegaba a dar los resultados de un 40% de las poblaciones. Pero el tedio y la monotonía de aquella primera hora de la tarde se rompió de improviso e inusitadamente ¿Qué estaba pasando?
Madrid había explotado, la euforia y la alegría se desbordaban en las calles y por las más céntricas, especialmente la calle Alcalá, la Gran Vía o la Puerta del Sol, se comenzaban a acumular miles de ciudadanos y ciudadanas que gritaban entusiasmados. Josep Plá lo contempló desde su ventana e inmediatamente se mezcló con aquella multitud y compartió su felicidad. Más tarde, cansado y saturado de tanto júbilo y regocijo, escribió su crónica para el periódico.
Un año más tarde, en 1932, publicó su libro «El advenimiento de la República», en el que narró magistralmente lo sucedido[i]:
A esta hora, las tres y media de la tarde, los pocos transeúntes que pasean por el cruce formado por la Castellana y la calle de Alcalá observan con asombro cómo una bandera sube lentamente por el mástil del Palacio de Comunicaciones. (…) La bandera que sube por el mástil es la bandera republicana. La noticia corre como una exhalación y una riada de gente sale de los cafés y los establecimientos colindantes a ver la bandera (…). En el cruce hay mucha gente. El volumen aumenta a cada instante. Nadie sabe qué hacer. ¿Dónde estamos? Hasta las cuatro de la tarde, la gente permanece perpleja y flotando. En ésas, como un reguero de pólvora en el hormiguero humano, circula la noticia de que la bandera de Correos representa lo que pretende simbolizar, a saber, que el poder ha caído en manos del Gobierno provisional. De la perplejidad inicial se pasa rápidamente al entusiasmo. Ha bastado un segundo. Una vez constatado el hecho, veo que el enorme gentío tiene tendencia a subir por la calle de Alcalá, hacia la Puerta del Sol. La cosa está consumada (…). En todas las calles que convergen hacia el centro de Madrid, el número de banderas republicanas va en aumento. Un grupo arrastra un busto de yeso de Primo de Rivera, con una cuerda atada al cuello. (…) Se empiezan a oír las primeras notas de La Marsellesa. Después, constato que un grupo de ciudadanos comienza a entonar el Himno de Riego (…):
Si Riego murió en el cadalso
No murió por infame traidor,
murió con la espada en la mano
Defendiendo la Constitución …
Personas desconocidas y de vaga procedencia asaltan los taxis y camiones que han tenido la desgracia de hallarse en el centro de Madrid en estas horas de amontonamiento humano, y emprenden un carrusel endiablado por las calles que durará hasta mañana a la misma hora. (…) Los guardias dominan a sus caballos y siguen indiferentes en las esquinas, mano sobre mano.
El Gobierno creía que lo tenía todo controlado y que la suma de votos daría un resultado mayoritario a favor de los monárquicos. De hecho, ese 14 de abril el recuento hasta ese momento otorgaba 22.000 concejales a los partidarios de la Monarquía y tan solo 5.900 a los que deseaban cambiar el régimen por una República ¿Qué había pasado?
Lo que ocurrió fue que, en las ciudades, donde el voto era menos falseable y manipulable por el caciquismo y el pucherazo, las fuerzas partidarias de la República habían ganado por goleada. Ese día ya se sabía que en cuarenta y una capitales de provincia y otras grandes localidades de España el voto a favor de los partidos republicanos superaba por el triple, e incluso por el cuádruple, a los monárquicos. En Madrid, sin ir más lejos, los números eran de 276.000 sufragios frente a 60.000.
Cuando estos datos se constataron estalló el júbilo sin esperar más resultados. La hartura, el desencanto y el deseo de acabar con una inercia rancia y oscura que duraba ya más de cincuenta años, desde la Restauración de 1876, con el mal recuerdo añadido de la Dictadura de Primo de Rivera, desató la euforia que se aprecia en la fotografía. Una marea humana se puso en movimiento, no solo en Madrid, sino también en un buen número de ciudades, donde se comenzó a proclamar la República y, por supuesto, a exhibir la bandera tricolor.
Alfonso XIII, sorprendido y atemorizado, fue informado el día anterior de lo que se venía encima. Llamó al Gobierno a consultas y pidió a la Guardia Civil que garantizase su seguridad y la de los suyos. Después de despachar con el rey, el almirante Aznar, presidente del Gobierno, fue entrevistado por los periodistas y respondió lacónicamente
¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?
La situación era tan clara que el propio jefe de la Guardia Civil, general Sanjurjo, garantizó la vigilancia del Palacio Real, pero se negó a intervenir violentamente contra la muchedumbre, al tiempo que reconocía el triunfo de la República y al Gobierno Provisional que se formaría inmediatamente.
A la caída de la tarde de aquel 14 de abril y abriéndose paso entre la multitud, los miembros del Gobierno Provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora se personaron en el Ministerio de Gobernación, en la Puerta del Sol de Madrid. Los guardias civiles de la puerta se cuadraron y presentaron armas. Eran el nuevo Gobierno legítimo de España que, tras una breve reunión, proclamó la Segunda República española desde los balcones a una multitud eufórica. Eran las seis y media de la tarde.
A la misma hora, una triste comitiva abandonaba el Palacio Real. Alfonso XIII se despidió de algunos ministros y amigos, saliendo inmediatamente hacia Cartagena donde le esperaba un barco y el exilio en Roma. Él mismo conducía su coche. El resto de la Familia Real salió en tren con destino a Francia y, posteriormente, a reunirse con el rey en la Ciudad Eterna[ii].
No hubo incidentes. Los españoles se mostraron eufóricos e incontenibles, tanto que en Cataluña Francesc Macià no dudó en proclamar la República Catalana dentro de una hipotética Confederación de Pueblos Ibéricos. Esta precipitación nos recuerda a un suceso que aconteció durante la Revolución de 1868. En aquella ocasión, el general Prim, uno de los impulsores de la asonada que expulsó a Isabel II de España, desembarcó en Barcelona donde fue recibido con gran entusiasmo. Poco después se reunió con un grupo de militares que, por su cuenta, habían proclamado la república en Figueras y se encontraban desbordados por su propio entusiasmo. Uno de ellos, al observar que en su gorra militar Prim llevaba una corona, le invitó a arrancarla. El general muy tranquilo y mostrando que no era el momento de proclamar repúblicas por cuenta propia se dirigió a los presentes y en un perfecto catalán, Prim era de Reus, les dijo[iii]:
«Catalans, voleu córrer massa; no correu tant que podríeu ensopegar» (catalanes, queréis correr demasiado, no corráis tanto que os podéis tropezar).
Eso mismo, con distintas palabras y razones, le dijeron unos días después a Macià un grupo de ministros que, presurosos, acudieron desde Madrid a serenar los ánimos y a ofrecer, a cambio, un estatuto de autonomía para Cataluña.
Todo se consumó rápidamente y con una ardiente pasión que, en esta ocasión no desembocó en ríos de sangre como otras veces ha ocurrido en España. Los incidentes más graves se dieron en Madrid, donde hubo un fallecido, Emilio Aranzo, única víctima mortal producida por disparos de la Guardia Civil la noche del 13 de abril[iv]. También en Tetúan hubo violencia el 15 de abril, muriendo cinco personas por los disparos de la guardia del Alto Comisario, que se negó a izar la bandera republicana y ordenó disparar contra la multitud que lo exigía[v].
Terminamos con una cita de María Zambrano[vi], en la que expresa la naturalidad de estos hechos, porque la República se declaró de facto y espontáneamente, porque los españoles decidimos «acostarnos monárquicos y levantarnos republicanos», y abrir una nueva etapa de nuestra Historia que, por desgracia, acabaría con una violencia extraordinariamente desmesurada cinco años después, en 1936:
Llegaron aún unas oleadas desde la calle Mayor y Arenal, y como el viento en un campo de trigo se extendió la onda sonora: «Se ha ido (el rey), se acaba de ir, ahora, en este momento…» Y en ese momento todas las cabezas se alzaron hacia arriba, hacia el Ministerio de la Gobernación (en la Puerta del Sol); se abrió el balcón, apareció un hombre, un hombre solo, alto, vestido de oscuro traje ciudadano; sobrio, dueño de sí, izó la bandera de la República que traía en sus brazos y se adelantó un instante para decir unas pocas palabras (…): “¡Viva la República! ¡Viva España! (…) Eran las seis y veinte de la tarde de un martes 14 de abril de 1931.
Alfonso XIII ya no volverá, al menos con vida. La República fue intransigente y muy dura con él y su dinastía. En la sesión parlamentaria el 24 de noviembre de 1931, fue declarado fuera de la ley, privado de todos sus títulos, dignidades y desposeído de todos sus bienes, derechos y acciones, que le fueron incautados en beneficio del Estado[vii]. Por esta razón, la Familia Real española no posee en España más bienes que aquellos que adquirió el rey Juan Carlos con su patrimonio personal o, actualmente, su hijo Felipe VI. Los restos de Alfonso XIII fueron repatriados con todos los honores en enero de 1980 y descansan en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial.

Luis Orgaz Fernández
REFERENCIAS
[ii] Diario El Heraldo de Madrid. Madrid, martes 14 de abril de 1931. Edición de noche, pág. 4. Año XLI, núm. 14.103. Biblioteca Nacional de España. Biblioteca Digital Hispánica. Hemeroteca digital. https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=b797d342-827c-435e-a572-d8d1ed4b36ab
[v] Diario El Imparcial. Madrid, jueves 16 de abril de 1931. Año LXVI, núm. 22.089, pág. 5. Biblioteca Nacional de España. Biblioteca Digital Hispánica. Hemeroteca digital.
https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=daf73892-49e3-4f20-89e7-b42677f631f9
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