HACER HISTORIA O EL OFICIO DE HISTORIADOR
Porque en el Arca de la Historia pensamos que no es lo mismo «hacer historia» que «contar historias», y que existe el «oficio de historiador» frente al de «narrador de historias», escribimos este artículo que tiene el importante objetivo de aclarar las bases y fundamentos de lo que aquí hacemos.
Don José Ortega y Gasset en su ensayo «La Historia como sistema» expresaba claramente la importancia de la Historia:
El hombre no tiene naturaleza, solo tiene historia. La historia es un sistema, el sistema de las experiencias humanas que forman una cadena inexorable y única. El ser humano es histórico, no está determinado por el pasado, aunque si limitado por él.
Sin historia, sin pasado, el ser humano no es nada y se encuentra perdido. El desconocimiento de la historia, del pasado, nos deja sin referencias, sin explicaciones, sin una base en la que apoyarnos para imaginar y proyectar el futuro y, en suma, para actuar coherentemente.
A nivel colectivo ocurre lo mismo. Las sociedades solo pueden proyectarse hacia el futuro si conocen su pasado, su Historia, las causas del devenir histórico que las ha traído hasta el presente y las conduce hacia el futuro.
Hacer historia o el oficio de historiador
En 1929 los historiadores franceses Lucien Febvre y Marc Bloch crearon la École des Annales (Escuela de Anales) que surgió en torno a la revista Annales d’histoire économique et sociale. Desde esta publicación revolucionaron la historiografía o método de abordar el análisis y estudio de los hechos acaecidos en el pasado, sustituyendo al Historicismo por una nueva forma de estudiar la Historia.

económica y social", nº1
El Historicismo, dominante hasta aquel momento se caracterizaba por una mera, aunque exhaustiva, narración de los hechos, colocando a los grandes personajes y a los grandes acontecimientos como protagonistas prácticamente absolutos de la Historia, evitando cualquier interpretación. El nuevo método de la Escuela de Anales reconocía la importancia de dichos personajes y acontecimientos, pero contextualizados en las estructuras sociales en las que acontecieron. Esta nueva forma de trabajar se concretará en la expresión «Hacer Historia», frente a la anterior a la que podríamos describir como «Narrar historias».
El cambio más importante de la Escuela de Anales consistía en abordar la Historia desde la perspectiva de la interpretación, de la causalidad, de la reflexión sobre los hechos e incluso de la predicción, frente al Historicismo que simplemente se dedicaba a describir fielmente los hechos, sin entrar en otras consideraciones. Y aquí radica la importancia de la Historia y del oficio de historiador, que no es un mero descriptor, sino el investigador que indaga en el pasado para hacer Historia
Hacer Historia es muy diferente a narrar historias. Narrar historias es algo muy común y muchos autores que se dicen historiadores en realidad son solo contadores de historias. Habitualmente se limitan a narrar la vida de personajes históricos, describir acontecimientos o, simplemente, escribir anecdotarios de tiempos pasados, exponiendo chismes, sucedidos o hechos sin demasiada relevancia que no persiguen otro objetivo que entretener.
Hacer Historia no es narrar historias. Hacer Historia, Historia con mayúscula, no es una simple enumeración de hechos del pasado con mayor o menos interés para el que los escucha, sino profundizar en estos hechos para conocer, procesar, interpretar, relacionar y proyectar lo que ocurrió en el pasado. El historiador, por tanto, no vive en el pasado, sino que acude a él para organizarlo y explicarlo, para dar un sentido lógico a lo que ocurrió. Jacques Le Goff define esta labor, este oficio con esta frase[i]:
La función del historiador es reconocer los ritmos de la Historia. La Historia es la ciencia del cambio y de la explicación del cambio.
Y, siguiendo con Le Goff, es preciso para un exhaustivo conocimiento de la Historia conocer y contextualizar los hechos del pasado en las circunstancias psicológicas, antropológicas, culturales, artísticas y económicas en los que se desarrollaron, creando un nuevo concepto, la Nouvelle Histoire (La nueva Historia), que también podemos conocer como la Historia de las Mentalidades.
El historiador que hace Historia penetra en el pasado para explicar el presente e imaginar el futuro. En esto consiste el oficio de historiador, un oficio en el que no se queda simplemente en conocer lo que ocurrió para luego relatarlo, sino en relacionar ordenadamente los hechos para encontrar una lógica multicausal que explique el porqué de lo ocurrido, las consecuencias que produjeron y, si es posible y a partir de las conclusiones, hacer proyecciones de futuro.
Don Gregorio Marañón lo tenía muy claro cuando, con cierto pesimismo, afirmó[ii]:
Hacer historia no es contar las cosas, sino comprenderlas; y esta comprensión ha sido hasta ahora imposible (en España) porque, como dicen los gitanos en sus coplas, la pasión quita el conocimiento.
El oficio de historiador es realmente complejo porque para encontrar una lógica multicausal en los hechos del pasado debe acudir a diferentes fuentes de conocimiento, tantas como las que determinan la conducta humana a nivel individual y colectivo. Nos referimos a Psicología, Sociología, Ética, Antropología, Derecho, Economía, Arte, Cultura… y relacionarlas. La Historia, por tanto, requiere un estudio interdisciplinar en el que el historiador mantiene su independencia del resto de ciencias y disciplinas y, al mismo tiempo y como afirma Tuñón de Lara, lleva los datos que obtiene de éstas al tiempo histórico[iii].
En la búsqueda de la explicación multicausal a partir de un estudio multidisciplinar el historiador debe tener en cuenta la necesidad de ser objetivo, porque se trata de explicar lo sucedido huyendo del sentimiento propio, de la ideología personal y, sobre todo, contextualizando los hechos en el pasado, en un pasado en el que las reglas y normas morales, la estructura legal y económica, la organización social, las presiones que se sufrían y las motivaciones personales pueden ser radicalmente distintas a las que vive el historiador. El principal problema del historiador es caer en juicios subjetivos que intenten explicar los hechos del pasado a partir de su propia perspectiva o de la mentalidad actual.
Un nuevo planteamiento metodológico para la Historia
Hoy, con sus luces y sus sombras, vivimos en la normalidad de un ambiente político claramente Liberal que, estoy seguro, muchos no se han planteado jamás de donde proviene, e incluso pueden pensar que ha sobrevenido por inercia o, simplemente, porque sí. La Historia no se construye sola, sino que la forjan a lo largo de los años muchos hombres y mujeres excelentes que injustamente pueden caer en el olvido. Sirvan estas líneas para recordarles y para hacer reflexionar sobre un hecho innegable: el avance no es posible sin personas excepcionales y sin el trabajo de aquellos que han tenido el valor y la claridad de ideas para conducir a la sociedad hacia su progreso y cumpliendo un requisito imprescindible: dejar en segundo término sus intereses personales.
Siguiendo esta línea de trabajo, en 1949 Fernand Braudel expuso que los fenómenos sociales en los que se enmarca la Historia tienen diferentes ritmos, por lo que era necesario categorizar y estructurar el tiempo histórico[iv]. La nueva metodología histórica exigía al historiador un primer paso: debía fijar y definir en el tiempo y en el espacio el objeto de conocimiento, es decir, acotar claramente el momento histórico que se iba a analizar y diferenciarlo de los demás. Peter Burke, en consecuencia, explicaba cuál era el primer objetivo del historiador[v]:
La localización y análisis de estructuras históricas de larga duración, ciclos temporales que se extienden a lo largo del tiempo y que vienen cohesionados internamente por circunstancias comunes y un eje organizador.
Sin embargo, la división de la Historia en estructuras o ciclos largos podía restar dinamismo a su estudio y análisis, convirtiéndola en la «ciencia de las permanencias». Para evitarlo era preciso dividir las estructuras en tiempos de diferentes intensidades relacionados entre sí. Tuñón de Lara profundizó en esta forma de organizar el estudio de la Historia y definió hasta cinco niveles en el trabajo del historiador. Los básicos y fundamentales son los dos primeros:
1º. Estructura:
Ciclo largo con características comunes, permanencia en el tiempo y un eje organizador. Por ejemplo, el Franquismo entre 1936 y 1975. También es una estructura histórica, por ejemplo, el período que vive España entre dos repúblicas, entre 1868 y 1939.
2º. Coyuntura:
Conjunto de acontecimientos de ciclo breve que dan contenido a una Estructura. Por ejemplo, el Sexenio Revolucionario es una coyuntura que da inicio a la estructura que hemos denominado España entre dos repúblicas. Otro ejemplo es la Guerra Civil de 1936 – 1939, una coyuntura que dio lugar al Franquismo. En el primer caso el punto de ruptura fue un acontecimiento conocido como la Revolución Gloriosa, que expulsó a Isabel II. En el segundo ejemplo el acontecimiento importante fue el pronunciamiento militar contra la legalidad de la Segunda República.
3º. Acontecimiento:
Hecho relevante dentro de una coyuntura, una huelga, una revolución, un tratado de paz, un movimiento social o político, un acuerdo, una batalla o un asesinato. Por ejemplo, el asesinato del general Prim o el Movimiento Cantonalista que sucedieron durante el Sexenio Revolucionario; o los dos acontecimientos mencionados en el punto anterior.
4º. Episodio:
Parte de un acontecimiento, un discurso relevante, una discusión o enfrentamiento durante una negociación, o un movimiento de tropas en el transcurso de una batalla.
5º. Anécdota:
O hecho secundario, una curiosidad de nula relevancia pero que despierta interés. Por ejemplo, un comportamiento vulgar de un rey, una riña, una copla o letrilla dedicada a un personaje importante, o determinados gustos de una época.
El estudio de estructuras históricas, compuestas por coyunturas, acontecimientos, episodios y anécdotas es, por tanto, muy complejo. El período de tiempo en que encaja debe mostrar una coherencia interna sólida que se manifiesta en un eje organizador con características políticas, sociales, culturales y económicas comunes que se mantienen o evolucionan de forma ordenada y constante.
Nada mejor para entender esto que incluir un ejemplo que podemos encontrar en mi obra «Y España se aceleró. El Sexenio Revolucionario», editada por Editorial Adarve. El conocido como Sexenio Revolucionario transcurre entre 1868 y 1874, constituyendo una coyuntura esencial en la Historia de España. Es muy importante indicar que esta coyuntura conocida como Sexenio Revolucionario forma parte de una estructura que podemos denominar España entre dos Repúblicas, 1868 – 1939.
A continuación, se detalla esta estructura «España entre dos Repúblicas, 1868 – 1939», al tiempo que se puede observar en la fila superior el nombre de otras estructuras que la precedieron o la sucedieron.

Interpretación del cuadro
El antes y el después de esta estructura, el punto de ruptura que propició el final de una estructura para pasar a otra, fue una coyuntura: el Sexenio Revolucionario. Y el punto de ruptura que dio por finalizada esta estructura para pasar a la siguiente fue la Guerra Civil de 1936-1939.
En esta estructura de España entre dos Repúblicas se sucedieron, como podemos observar, varias coyunturas que, a su vez, constaban de acontecimientos importantes, también detallados en el texto. Lo que no podemos incluir, por falta de espacio, son los episodios y las anécdotas que acontecieron.
Por tanto, para hacer Historia, debemos acotar períodos de tiempo que muestren una solidez interna, un eje constituido por características sociales, económicas, políticas y culturales que se mantienen o evolucionan ordenadamente, dando coherencia y cohesión interna a dicho período. La dinámica de sucesos en una estructura debe analizarse para determinar las causas que dieron lugar al cambio, el paso al siguiente período. Porque una estructura es la base de la siguiente, en un devenir constante.
Esta estructura histórica, España entre dos repúblicas, 1868 – 1939 que hemos tomado como ejemplo, determinó la España actual a partir de una serie de rasgos comunes que la constituyen:
- La indefinición política marcada por un constante antagonismo entre república y monarquía y la presencia de extremismos opuestos, incompatibles, violentos, excluyentes e irreconciliables.
- La búsqueda de la plena democratización de un sistema político corrupto.
- El surgimiento del movimiento obrero y campesino y el enfrentamiento entre clases. Se incrementó la presión social y como respuesta se acentuó el mantenimiento de privilegios por parte de las élites económicas.
- El desequilibrio social se fue haciendo insostenible ante la presión de partidos obreros y sindicatos y, frente a estos, la reacción violenta de los poderosos y de los conservadores.
- El frágil desarrollo económico jamás resuelto.
- El deseo de integrarse en el espacio-mundo y alcanzar alguna relevancia internacional tras el desastroso final del siglo XIX.
- El cuestionamiento de la idea de Nación Española y la aparición de los nacionalismos excluyentes.
- El mantenimiento de una fuerte influencia de la Iglesia que producirá rechazo e incluso odio en una importante parte de la población.
- La intromisión del ejército a través de golpes militares para reconducir el poder.
Todos estos rasgos se funden en un eje organizador con tres características:
Inestabilidad política, económica y social.
Separación y desencuentro, ausencia de integración en un proyecto común de las élites, los elementos populares y los políticos, así como movimientos separatistas de determinadas partes del territorio.
Frustración constante por la búsqueda fallida de equilibrio político, económico y social, hasta llegar a la ruptura violenta y traumática.
Surgieron así lo que se ha dado en llamar las dos Españas, siempre enfrentadas, siempre incompatibles, siempre excluyentes. La España de izquierdas y la España de derechas; la España liberal y la España conservadora; la España monárquica y la España republicana, la España católica y la anticatólica. Esas dos Españas de las que Antonio Machado escribió:
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las Dos Españas
ha de helarte el corazón.
Aunque yo siempre he preferido hablar no de dos, sino de tres Españas. Las de los extremos y la del centro, la que estaba constituida por esos españoles que siempre fueron partidarios de la conciliación y la convivencia pero que, en momentos especialmente trágicos como la II República y la Guerra Civil (ambas son coyunturas), fueron desbordados por los acontecimientos provocados por los que deseaban destruir a sus contrarios. Por eso, la Guerra Civil no fue un enfrentamiento entre Buenos y Malos, como muchos se esfuerzan en defender, sino un enfrentamiento de Malos contra Malos en el que los Buenos se vieron arrastrados y sumidos en la violencia.
Reflexión final: Hacer Historia y el oficio de historiador
El Arca de la Historia no pretende analizar estructuras, para ello se necesitan estudios más extensos que no caben en un artículo corto. Aquí vamos a analizar, considerar, criticar y exponer coyunturas, acontecimientos, episodios y anécdotas que nos ayuden a comprender el porqué de lo que sucedió y nos lleven a preguntarnos por las causas y por las consecuencias en el devenir histórico. Al lector corresponde indagar más para encajar estos sucesos en las estructuras a las que pertenecen.

Luis Orgaz Fernández
REFERENCIAS
SI TE GUSTA, ¡COMPÁRTELO!
LIBROS PUBLICADOS POR LUIS ORGAZ FERNÁNDEZ


