EN EL FRANQUISMO LAS MUJERES SE CLASIFICABAN POR COLORES
El azul era el color del Franquismo, un color heredado de la Falange Española y de las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) esa formación política que creó José Antonio Primo de Rivera quien, sin duda y de haber sobrevivido a la Guerra, le habría puesto las cosas muy difíciles a Francisco Franco. El azul era el color de las «mujeres buenas» y a las demás mujeres se las clasificaba, por sus defectos y maldades, por otros colores.
El 20 de abril de 1937, en plena Guerra Civil, Francisco Franco, general en jefe de las tropas sublevadas contra la República, ordenó publicar el Decreto de Unificación, por el que todas las fuerzas políticas de su bando se reunían en una sola llamada Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Él mismo se hizo retratar por el pintor Ignacio Zuloaga en un cuadro de enorme simbolismo y fuerza propagandística en el que se observaba la unificación en su persona, la encarnación en él mismo, de todas las fuerzas sublevadas y el pleno control de la situación.

Ignacio Zuloaga
En el cuadro, aparece con botas, pantalón y fajín de militar (de general); camisa azul falangista con el yugo y las flechas bordados, y boina roja de los tradicionalistas, herederos del Carlismo y muy entroncados con la Iglesia más fundamentalista y fanática. Se le puede ver como un gigante firmemente asentado sobre el sobrio suelo patrio, con una inmensa bandera sobre sus hombros, en una clara metáfora que significa que él sostiene a España con firmeza y fe inquebrantables.
Esta unificación también afectó a las organizaciones femeninas, siendo absorbidas las Margaritas carlistas[i] por la Sección Femenina de Falange Española. La líder de esta última, Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, pasó a controlar todo movimiento laico relacionado con el papel de la mujer en el nuevo régimen. Líderes del conservador movimiento de mujeres del Carlismo, como María Rosa Urraca, pasaron a un segundo plano.
Tanto las margaritas, como las pertenecientes a la Sección Femenina, coincidían en el papel secundario de las mujeres en la sociedad, limitándolas a ser madres y esposas complacientes, y devolviéndolas a los misóginos Códigos Penal, Civil y de Comercio del siglo XIX. Esto permitió que se entendieran a pesar de las suspicacias y recelos que inicialmente se dieron.
La Sección Femenina rechazaba el feminismo, valorando por el contrario el concepto de mujer femenina. Esto lo expresó con claridad la Sección Femenina en su revista «Y» (Y de Ysabel «la Católica») en 1938[ii]:
Tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva —entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos—todas las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas.
Resaltamos la frase «El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores», que consagra la creencia en la inferioridad intelectual de la mujer frente al varón.
En esta nueva España, tan necesitada, como todas las dictaduras, de uniformizar en la sencillez, surgió el nuevo concepto de mujer, tan alejado de las mujeres republicanas a las que se identificaba con el vicio, la inmoralidad y, por supuesto, la igualdad. Mujeres como Margarita Nelken, una de las líderes del Partido Comunista, sirvieron de diana para lanzar las críticas más duras y descarnadas[iii]:
Eran las feas en celo, las contrahechas en rebelión, supurando odio y envidia, vengando en aquellas víctimas un daño del que eran inocentes, vengando el desaire perpetuo de los hombres hacia ellas. Ahí estaba toda Margarita Nelken. Mujer encorsetada y burriciega, pedante y sin encanto femenino, de carne colorada, había arrastrado una triste vida sentimental (…). Su rencor la llevó a los pueblos a predicar el robo y el asesinato, quería quitarse de en medio a toda la gente que le recordaba su condición y cuando comenzó la orgía, de pronto se dio cuenta de que podrían salvarse las mujeres bonitas. «¡Que las maten también!»—gemía en el diario «Claridad» (…).
Las mujeres de la España de Franco debían saber que el «azul» de la camisa falangista era el color de la pureza, de la honradez, de las auténticas «mujeres femeninas». En tanto el «rojo» de los socialistas y comunistas era el color del odio, de la «marimacho violenta y despreciable».
El escritor y articulista franquista Enrique Jardiel Poncela lo entendió muy bien y llevó su imaginación mucho más allá. Se empeñó en distinguir a las mujeres buenas que, por supuesto, eran las «azules», de todas las demás y no solo de las «rojas». Estas distinciones las plasmó en un artículo aparecido en «Y» en julio de 1938 que, por desgracia, es bastante desconocido[iv]. El artículo se titula «La mujer azul» y su lectura no tiene desperdicio.
El encabezamiento ya nos indica por dónde van los tiros:

Veamos los grupos y sus características:
Mujeres verdes
Fatales en toda la extensión de la gama.
Viajeras, rubias, de trasatlánticos y expresos.
Divorciadas de maridos desconocidos.
Flores, más o menos fangosas, de «cabaret».
Pebetas, protagonistas reales de tangos argentinos imaginarios.
Mujeres de teatro, de cine, y estrellas de variedades, con sus honrosas, naturales y múltiples excepciones.
Viudas sin partida de defunción de su esposo.
Pensionistas que no cobraban pensión oficial alguna.
Doncellas que no podían demostrarlo y criadas de servir que no servían.
Huérfanas de personajes ilustres que nunca existieron.
Muchachas tristes de vida alegre y muchachas alegres de vida triste.
Mujeres rojas
Agitadoras políticas; propagandistas, oradoras de mitin, etc.
Periodistas: interviuvadoras y reporteras tendenciosas.
Lectoras de los rusos con indigestión moscovita crónica.
Feas conscientes de serlo; contrahechas, patizambas, bizcas y amargadas de la vida.
Afiliadas a las juventudes comunistas, las juventudes libertarias, las juventudes socialistas y a las demás juventudes sin juventud.
Snobs, pertenecientes a las más diversas clases sociales, partidarias de Moscú por moda, como si Moscú fuese un modelo de sombrero o un específico recién aparecido para regular el funcionamiento del hígado.
Mujeres familiares de hombres rojos, provistas de ideas políticas.
Mujeres lila
Estudiantes universitarias de la F. U. E.[v]
Muchachas que hablaban de «querer vivir su vida».
Republicanas, por admiración al talento y a la belleza física de Azaña.
«Aspirantas» a «estrella de cine».
Lectoras de Freud y preocupadas por el psicoanálisis.
Feministas, pedantes, y marisabidillas de la ciencia y la filosofía.
Entusiastas del divorcio por creer que iban a encontrar un marido mejor.
Admiradoras sin saber por qué de Alberti, Dalí, de todo lo torcido o inferior.
Deportistas por aburrimiento.
Muchachas que encontraban cursi todo lo español y distinguido todo lo extranjero.
Mujeres grises
Lectoras de novelas rosa.
Muchachas asfixiadas en el interior de una casa de barrio o de provincia.
Bailarinas de danzas clásicas.
Fracasadas en cosas emprendidas sin fe en el éxito.
Coleccionistas de fotos de artistas de cine.
Jóvenes obstinadas en vestir como no podían y en aparentar lo que no eran.
Apáticas, fatalistas, pesimistas y resignadas con su insignificancia.
Mujeres sin pensamiento o con el pensamiento en letargo.
Y…… ¡por fin…!
¡la Mujer Azul!
La mujer «perfecta», «la que hace real lo ideal»:
la que comprende cuál es la misión del hombre como hombre,
la de la mujer como mujer y la de la mujer como apoyo del hombre;
la que es femenina sin ser feminista;
la que reza y razona;
la que sabe estar en casa y andar por la calle;
la que conoce sus horizontes y no ignora sus límites;
la que no busca convertir la simple amistad en amor ni cree que el amor sea una simple amistad;
la que ha aprendido que la verdadera independencia es vivir pendiente de todo;
la que llama libertad a la facilidad para proceder bien;
la que medita lo que va a decir;
la que se mejora cuando sufre y goza cuando se mejora;
la que puede ser alegre sin ser ligera;
la que trabaja sólo en lo suyo, porque lo suyo es a la larga lo de todos;
la que es justa sin pedir justicia;
la que no tiene pasado y cuida en todo instante de su presente, porque sabe que lleva dentro de sí misma el porvenir.
Leer con detenimiento estas líneas, estas características diferenciadoras, nos lleva a comprender el papel que el Franquismo reservaba a las mujeres y cómo esperaba que fueran y se comportaran.
Sobran más comentarios.

Luis Orgaz y María Felicitas Valero
REFERENCIAS
[ii]«Y». Revista de la mujer nacional sindicalista. Madrid, 1 de febrero de 1938. Número 1. Pág. 4. Biblioteca nacional de España. Biblioteca Digital Hispánica. Hemeroteca Digital.
https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=5e1fdf9e-b898-4a56-b07d-1de85b3aa5b6
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