LA LEYENDA NEGRA ESPAÑOLA ES SOLO ESO, UNA LEYENDA SIN BASE HISTÓRICA
La Leyenda negra persigue a España y a los españoles. No hay documental norteamericano, francés, holandés o británico que se refiera a nuestros antepasados como «aquellos crueles y malvados asesinos de indios y ladrones de inmensas riquezas». Sin embargo, y aquí pretendo demostrarlo, no hay nada más alejado de la realidad si lo observamos desde una comparativa con lo que «los otros» hicieron. Porque, si lo hacemos así y contextualizamos los hechos en su época, concluiremos que la Leyenda negra es solo eso, una leyenda sin base histórica.
Uno de los mayores traidores de la Historia de España es Antonio Pérez, secretario de S. M. Felipe II. Este ambicioso personaje intrigó en la Corte aprovechándose de su privilegiada situación y la confianza del rey. Pero su excesiva ambición le llevó a protagonizar un turbio asesinato en el que se podía implicar al propio monarca y terminó siendo torturado, condenado a muerte y huyendo de España, donde nunca volvió. Su venganza fue terrible porque tuvo tiempo para ejecutarla entre 1591, fecha de su huida a Francia, y su fallecimiento en 1611.

Propaganda holandesa antiespañola del siglo XVI, donde aparece el Duque de Alba, comiéndose a un niño.
Pérez peregrinó por las Cortes de Inglaterra, Países Bajos y Francia, poniéndose al servicio de los enemigos tradicionales del rey Felipe, reveló importantes secretos y colaboró incluso en la preparación de ataques a la costa española, como el que llevaron a cabo soldados ingleses y holandeses sobre Cádiz en 1596 que finalizó con un cruento saqueo.
Pero no paró ahí, porque además fue uno de los artífices de la creación de la leyenda negra contra Felipe II en particular y contra los españoles en general. Pérez escribió en Londres un libro al que tituló «Relaciones», una obra traducida rápidamente al inglés y al holandés y publicada repetidamente entre los últimos años del siglo XVI y primeros del XVII en la que, entre otras cosas, acusó a Felipe II de odiarle por celos porque se interponía entre el propio rey y la princesa de Éboli. También acusó al monarca de haber ordenado asesinar a su propio hijo: el príncipe Don Carlos, y le describía como un hombre irresoluto y sometido a las influencias de los cortesanos más viles y de los crueles inquisidores, pero también como un hombre infame, desalmado, fanático, codicioso, despótico, hipócrita y celoso, capaz de llegar al asesinato con tal de conseguir sus caprichos.
Estas duras críticas hacia su rey fueron bien aprovechadas por los enemigos del Imperio Hispánico, especialmente Países Bajos e Inglaterra, que rápidamente generalizaron los defectos de Felipe II a todos los españoles en todos los ámbitos, pero especialmente en el de la conquista de América.
Surgió así una feroz propaganda, llena de falsedades y exageraciones, basada en las supuestas brutalidades y crueldades cometidas por los españoles en el Nuevo Mundo, entre las que se llegaba incluso al infanticidio y al canibalismo. Para construir esta Leyenda Negra de Felipe II y de los españoles, tanto ingleses como holandeses echaron mano también de los testimonios de Fray Antonio Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas que denunciaban abusos reales pero que fueron distorsionados y exagerados. Así se construyó la primera operación propagandística de desprestigio, condena y descalificación de todo un pueblo, que fue amplificándose a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII y ha marcado a todos los españoles hasta nuestros días. No fue difícil construir esta leyenda negra, el sentimiento antiespañol ya circulaba por Europa tras hechos lamentables, como el saqueo de Roma en 1527 o los duros, ostentosos y teatralizados autos de fe organizados por el Santo Oficio o la Inquisición española.


Imágenes como esta, en la que el ilustrador Theodor de Bry imaginaba a los españoles masacrando a nativos americanos o fomentando el canibalismo, ilustraron las publicaciones que dieron pie a la Leyenda Negra
La Leyenda Negra sigue vigente acusando a los españoles de haber cometido actos imperdonables, inhumanos y feroces contra los nativos americanos. Y subrayo «los españoles» porque habitualmente y para resaltar la leyenda negra, para señalar los supuestos inmensos crímenes cometidos sobre una inocente, pacífica, indefensa y cándida población, no se señala a la Corona, a los responsables de la conquista, sino a «los españoles» en general, en un pretendido afán de avergonzarnos y hacernos sentir, desde la crueldad, culpables a todos los españoles por el simple hecho de serlo, a los de entonces y a los de ahora.
Entre estos «justicieros acusadores», se encuentra alguien tan relevante como el presidente de la República de Méjico, López Obrador, que exigió en 2019 al rey Felipe VI que pidiera perdón en nombre de todos los españoles por los abusos cometidos. A este personaje yo le diría lo que un buen día un ilustre toledano, Don Rufino Miranda, guía oficial del Ayuntamiento de Toledo, contestó a un mejicano de evidente aspecto europeo que le repetía constantemente: «Uds., los españoles, deben pedir perdón por los crímenes que sus antepasados cometieron sobre mi pueblo …» y otros argumentos similares. Ante esta matraca, el bueno de Don Rufino se le quedó mirando y le contestó:
«Yo no tengo que pedir perdón por nada, porque nada he hecho. Y, respecto a mis antepasados, le aseguro que tampoco hicieron nada, porque ninguno en muchas generaciones atrás salió de mi pueblo. Y, por cierto, mírese a un espejo y, observando su aspecto y el color de su piel, dígame si sus antepasados son esos indios de los que habla. Es evidente que Ud. no desciende de esos nativos. Ud. es descendiente de los españoles que emigraron a Méjico que, sin duda, abusaron de su fuerza y cometieron desmanes. Son sus antepasados, y no los míos, los que hicieron todo eso de lo que se queja ¿Ha pensado alguna vez en pedir perdón a los indígenas mejicanos?».
Esta anécdota me la refirió mi padre cuando yo era aún un joven adolescente y nunca la he olvidado, como no creo que la olvidara aquel mejicano descendiente de criollos españoles. El Diccionario de la RAE define criollo como: «Hijo o descendiente de europeos, nacido en los antiguos territorios españoles de América o en algunas colonias europeas de dicho continente». Los criollos constituyeron las élites de origen europeo que mantuvieron su pureza racial. Los emigrados a América que constituían una clase social que no se mezclaba con los nativos y que, por supuesto, se hicieron dueños de bienes y haciendas, cometieron abusos y terminaron convirtiéndose en «libertadores».
Desde la óptica del siglo XXI muchas de las acciones llevadas a cabo por los conquistadores y colonos españoles hoy serían consideradas crímenes contra la humanidad. Pero, frente a estos hechos indiscutibles, se debe también tener en cuenta no solo la contextualización de lo acontecido en la mentalidad de los siglos XV – XVIII, sino otras circunstancias que voy a exponer a continuación.
Porque la Corona de Castilla, poseedora de aquellos inmensos territorios, actuó de una manera absolutamente distinta a la del resto de coronas europeas en las mismas circunstancias, lo que la honra enormemente. La reina Isabel «la Católica», cuando la colonización se encontraba aún en ciernes, tuvo noticias de las injusticias y arbitrariedades llevadas a cabo por españoles, no solo de los robos y crímenes sino también de la explotación a la que se sometía a gran parte de la población que ya, a duras penas, intentaba sobrevivir al contagio de enfermedades a las que no eran inmunes. Isabel dejó muy claro su posicionamiento y en el codicilo de su testamento ordenó que se pusiera fin a lo que estaba aconteciendo y se respetara a los que literalmente consideraba «vesinos e moradores de las dichas Yndias e Tierra Firme», una denominación que identificaba a los nativos americanos como sus súbditos[i]:
(…) e non consientan nin den lugar que los indios, vesinos e moradores de las dichas Yndias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes; mas manden que sean bien e justamente tratados, e si algún agravio han recebido, lo remedien e provean, por manera que no se exceda en cosa alguna de lo que por las letras apostólicas de la dicha concessión nos es iniungido e mandado.
Doña Isabel les concedió, por tanto, estatus de vasallo, de súbdito y, en consecuencia, zanjó el debate sobre si los nativos americanos eran seres humanos, considerando que su naturaleza era similar a la de los españoles. Algo que no ocurrió en el resto de potencias colonizadoras europeas que siguieron considerando a los «indios» como subhumanos o, como mínimo, humanos inferiores.
A pesar de estas recomendaciones, los abusos continuaron y fueron denunciados con especial insistencia por el fraile dominico Antonio Montesinos. La reacción de Fernando el Católico, regente de Castilla[ii], fue dictar las leyes de Burgos de 1512 que pueden considerarse, en el durísimo contexto de la época, un ejemplo de legislación sensible y humanitaria que, sin duda, se inspiraba en el deseo póstumo de la reina. En estas leyes, pioneras en defensa de los derechos humanos de los hombres y mujeres que sufrían la colonización, se prohibía el castigo, se reconocía el derecho a no trabajar de las mujeres embarazadas a partir del cuarto mes, el derecho al descanso laboral y a una retribución justa a los trabajadores. Pero se mantenían las encomiendas[iii] y el deber de cristianizar a los indígenas.
El interés por el bienestar de los nativos americanos llevó a la convocatoria de lo que llamaron las Polémicas por los justos títulos, en Burgos en 1512 y en Valladolid en 1550, reuniones de juristas de alto nivel en las que se debatía sobre la legitimidad de la conquista y las leyes que debían aplicarse para su protección de los habitantes de aquellas tierras.
Sin embargo, la distancia entre las colonias y la metrópoli era demasiado grande y las élites colonizadoras, los criollos, mantuvieron los abusos. En este momento fueron las denuncias de otro fraile dominico, Bartolomé de las Casas, las que se hicieron eco en la Corte. De las Casas era el responsable de la Protectoría de Indios, una institución creada para velar por su bienestar, y conocía de primera mano el escaso efecto que las benéficas Leyes de Indias tenían en la práctica en numerosas zonas de América.
Los informes de Bartolomé de las Casas influyeron de forma determinante sobre Carlos I que en 1542 dictó las Nuevas Leyes de Indias, en las que se ratificaban los derechos de 1512 y se ampliaban, tomando también en consideración las nuevas ideas sobre el Derecho de Gentes del jurista Francisco de Vitoria.
Francisco de Vitoria fundó junto a Domingo de Soto y Diego de Covarrubias la Escuela de Salamanca, creadora del pensamiento político más avanzado de su época y fundamental en la creación del Derecho moderno. En esa Escuela se creó y fundamentó el Derecho de Gentes universal que sirvió como base a la creación del Derecho Internacional que evolucionó linealmente hasta nuestros días. Pero, sobre todo y en lo que aquí se refiere, sustentó la legislación que se aplicó a las tierras descubiertas y conquistadas, una legislación muy avanzada y superior a la del resto de potencias europeas, dando soluciones a la primera globalización de la Historia, soluciones que, como vemos a continuación, respetaban plenamente los derechos de los pobladores de aquellas tierras. Algo de lo que no pueden presumir el resto de países colonizadores, como Inglaterra, Holanda, Portugal, Bélgica… países en los que, curiosamente, la Leyenda Negra contra «los españoles» está muy extendida.
El padre Vitoria, desde su convento de Dominicos de San Esteban en Salamanca, reafirmó lo dicho por la reina Isabel en su testamento y reconoció la naturaleza humana de «los indios». Y, tal y como afirma Francisco Javier Sagües, «les reconoció como poseedores de los derechos naturales subjetivos, es decir, de los derechos inherentes a la naturaleza humana, no ya por pertenecer a un ente colectivo determinado, sino por pertenecer a la humanidad».
El padre Vitoria en su obra «Relecciones sobre los indios y el derecho de guerra», deja claro que «Los hombres (e incluye a los indios) son imagen de Dios, y el hombre es imagen de Dios por su naturaleza[iv].
Pero va más allá, afirmando con total claridad que cuando se establece una guerra contra los indígenas «esta guerra es no contra extraños, sino contra verdaderos vasallos del Emperador, como si fuesen naturales de Sevilla»[v] (pág. 20)
Y que debe reconocerse que «aun admitiendo que estos bárbaros fuesen tan ineptos y obtusos como se dice, no se inferiría de ello que deba negárseles el verdadero dominio, ni que deba incluírseles en el número de los siervos civiles. Nos queda, pues, esta conclusión cierta: Que antes de la llegada de los españoles, los indios eran verdaderos dueños, tanto pública como privadamente de aquellas tierras y de sus bienes»[vi].
Incluso se refiere explícitamente al mestizaje, bendiciendo y otorgando plenos derechos a los que nazcan de la mezcla de razas, algo muy lejano a la actitud que mostraron otras potencias extranjeras: «Los hijos, que entre los indios nazcan, de padres españoles establecidos allí, si quieren ser ciudadanos, no pueden ser desterrados de la ciudad ni ser privados de las ventajas y derechos de los demás ciudadanos»[vii].
El mestizaje es uno de los grandes logros de la colonización de la América hispana. Un mestizaje que ha permitido la pervivencia y convivencia de razas, a diferencia de la colonización que practicaron sus vecinos del norte, anglosajones de Inglaterra y sus sucesores de los Estados Unidos. Marcelo Gullo recoge una declaración del secretario de Estado norteamericano, Abel Upshur, en relación con la guerra que Estados Unidos mantuvo con México para arrebatarles el territorio de Texas en 1835. En esta declaración deja muy clara su postura, y la de su Gobierno, respecto a la convivencia de razas y haciendo referencia a los mexicanos[viii]:
Ningún hombre que conozca algo de su propia naturaleza puede suponer que dos razas de hombres distinguidas por marcas externas e indelebles que son obvias a los ojos de todos, que han mantenido entre ellas la relación de señor y esclavo, puedan jamás vivir juntas como iguales (…).
También Marcelo Gullo incluye otra declaración de otro político norteamericano, John Calhoun, sobre este mismo aspecto:
Nosotros nunca hemos soñado con incorporar a nuestra Unión otra raza que no sea la caucásica, la raza libre de los blancos (…) Más de la mitad de los mexicanos son indios y el resto está formado por tribus mixtas ¡Yo protesto contra esa unión! (…) Los grandes infortunios de la América española son consecuencias del error fatal de poner esas razas de color en pie de igualdad con la raza blanca.
Este es el discurso que mayoritariamente los anglosajones pusieron en práctica en su política colonizadora. Pero para ellos, evidentemente, no hay Leyenda Negra.
Por todo ello, el padre Francisco de Vitoria considera que «La naturaleza ha establecido el parentesco entre todos los hombres. De donde resulta que es contrario al derecho natural que el hombre se aparte del hombre sin causa alguna. Pues no es lobo el · hombre para otro hombre -como dice Ovidio-, sino hombre (…) y, por lo tanto, deben los españoles defenderse; pero en cuanto sea posible, con el mínimo daño de ellos, porque se trata de una guerra defensiva solamente»[ix].
No es baladí hacer esta consideración sobre la guerra de conquista, tan injusta desde nuestra óptica actual como justificada desde la visión de los siglos XVI al XIX. Una guerra de conquista que ha marcado al ser humano, señalando su carácter más cruel y violento, y compartida por todas las civilizaciones. Incluso hoy en día la agresión de Rusia a Ucrania no responde a otra cosa que al deseo de apropiarse de territorios ajenos. Los españoles no son los único crueles conquistadores y, en cualquier caso, no se enfrentaron solamente a inocentes e indefensos pueblos, sino también a naciones organizadas, belicosas y sedientas de sangre, como los aztecas.
En conclusión, podemos afirmar que Francisco de Vitoria no sólo debe ser considerado como el fundador del moderno derecho internacional, sino que también puede ser considerado el primer gran promotor y defensor de los derechos humanos y el principal impulsor de las Leyes de Indias que decretó Carlos I, leyes que, por desgracia, muchos criollos se saltaron, tanto durante el dominio de aquellas tierras por la Corona de Castilla como después, cuando «los libertadores», la mayoría ricos hacendados criollos, como Simón Bolívar, consiguieron la independencia. Un Simón Bolívar que, lejos de la idílica y épica imagen que quieren ofrecernos, era en realidad un ambicioso dictador que no dudó en acabar gratuitamente con la vida de todos aquellos que se opusieron a su proyecto megalómano de emperador de América protegido por Inglaterra[x].
Una evidencia de la diferencia a favor de la Corona Española en este tema lo tenemos en las Guerras Guaraníticas que se desarrollaron entre 1754 y 1756. Estas guerras, son desconocidas para el gran público a pesar de ser llevadas al cine en una película muy galardonada: La Misión, protagonizada por Robert de Niro y Jeremy Irons. En época, ya borbónica, España negoció la entrega a Portugal de un territorio que hoy se encuentra en el actual Brasil a cambio de un importante enclave conocido como la Colonia del Sacramento. En este territorio brasileño se encontraban ocho de las treinta colonias o reducciones que los jesuitas españoles habían fundado en la zona, colonias en las que habían logrado no solo evangelizar a los guaraníes, sino llevarlos hacia una forma de vida pacífica, solidaria y creativa, alcanzando un gran desarrollo de bienestar. Esto se consiguió gracias al concepto que en Castilla se tenía del nativo americano desde la reina Isabel, al que se consideraba un súbdito de la Corona con todo lo que esto implicaba en cuanto a sus derechos. Sin embargo, para la legislación portuguesa los guaraníes no tenían consideración de seres humanos, por lo que su destino al pasar a pertenecer a Portugal era el sometimiento y la esclavitud y, por supuesto, la destrucción de toda la obra de los jesuitas. Esta situación provocó una cruenta guerra en la que participaron activamente algunos miembros de la Compañía de Jesús que lucharon, hombro con hombro, con los guaraníes contra Portugal. Vencieron los portugueses.
Lo aquí expuesto puede llevarnos a reflexionar sobre las pretensiones de algunos ciudadanos hispanoamericanos, como el antes mencionado presidente de Méjico, López Obrador, cuando exigen a los españoles que pidamos perdón por los abusos cometidos contra la población indígena. Estas personas, muchos de ellos descendientes directos de los colonizadores, deben asumir su parte de culpa ya que fueron sus propios antepasados, y no los nuestros, los que de forma directa se saltaron las leyes y cometieron los desmanes que tanto critican y atribuyen de forma difusa a «los españoles».
Como argumento que complementa a lo anterior voy a terminar aludiendo a la obra de Tomás Pérez Vejo[xi]. En ella el autor afirma que las guerras de independencia americana no fueron revoluciones populares, sino conflictos civiles, unas guerras en las que no lucharon americanos contra españoles, ni indígenas contra blancos, sino americanos contra americanos, encuadrándose en uno de los bandos los escasos ejércitos españoles que allí intervinieron. Baste como ejemplo, y no es el único, el conflicto que culminó con la batalla de Ayacucho en 1824, determinante para la victoria de los autodenominados «libertadores» en la que un buen número de indígenas, hartos y temerosos de los criollos colonizadores, se alineo con el ejército español. Y es que estos «libertadores» pertenecían en su inmensa mayoría a la rica burguesía criolla que buscaba proteger intereses que en poco coincidían con los de los indígenas y en mucho les perjudicaban. Por tanto y en el caso de que haya que pedir perdón a los nativos americanos ¿Quién debe hacerlo?
La Leyenda Negra es una construcción artificiosa disfrazada de «memoria histórica» y no podemos olvidar que la memoria es siempre subjetiva, sujeta a interpretaciones personales e impregnado de ideologías y creencias. Una «memoria histórica» que genera un fruto confeccionado, por desgracia y casi siempre, para manipular las conciencias. Frente a esta forma de abordar el estudio del pasado se encuentra la construcción de la historia desde fuentes objetivas, desde la consideración de que el contexto en que sucedieron los hechos no es el actual, desde el trabajo serio y concienzudo para encontrar todos los datos, y no solo los que interesan al pseudohistoriador de turno, al político, al manipulador de conciencias.
Hoy nos sobran contadores de historias y nos faltan hacedores de Historia. Basta de escribir y narrar historias que agradan porque cuentan lo que se quiere oír. Lo que hoy nos falta, más que nunca en este mundo hiper-comunicado es «Hacer Historia» (con mayúsculas).

Luis Orgaz Fernández
REFERENCIAS
[iv] Vitoria, Francisco de. Relecciones sobre los indios y el derecho de guerra. Ed. Espasa Calpe S.A. Colección Austral, núm. 618. Madrid, 1975. Pág. 21. https://www.uv.es/correa/troncal/resources/Relectio-prior-de-indis-recenter-inventis-Vitoria.pdf
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